viernes, 25 de mayo de 2012

Un fragmento de la ausencia

No puedo hablar de todo lo que circula en mi mente un día entre semana a las seis y treinta am. Es sensato reconocer que se me sale de las manos. Por el contrario solo es posible desmembrar el tema.

Recuerdo un día en el que iba camino a hacer vueltas en mi bicicleta; la rapidéz con la que bajaba no impidió que me percatara de un vacío en la esquina de la 92 con octava. La casa esquinera construida en los setentas estaba desapareciendo. Al frente, tres obreros estaban sentados en fila contemplando en silencio y rutinariamente la acción de demolición. Parecían viendo un aburrido programa de televisión. 

Así como vi descender la altura de la casa, como si se tratara de un pastel de matrimonio, así mismo puedo captar en mi mente que hay recuerdos que se van auto demoliendo o demoliendo a la fuerza y que cuando miro para cualquier lado, noto una ausencia casi que espacial, de bultos o siluetas que solían acompañarme al caminar, al reir, al llorar, al leer acostada etc...

Los momentos en los que siento que esos recuerdos se evaporan es cuando hay cierta resignación.  Yo creo que muchas veces los recuerdos son producto de una banal esperanza. Cuando la esperanza muere, la vida procede a lanzar esa grande bola de acero contra los recuerdos.  Lo curioso esque no nos damos por enterados.

El recuerdo está tumbado y cuando lo noto, es cuando por ejemplo, escucho una canción y se que a lo que me solía remitir, ya no existe y la sensación más que ser triste, es incómoda. 

Volviendo a la mañana, debo argumentar que la mañana es el momento en el que la demolición de los recuerdos genera dolor fantasma. Solo ahí, en esos minutos en los que la mente despierta, es cuando la ilusión del espacio donde habitaron cosas, se siente más que nunca y empieza a doler.