Me desperté en el estrecho y lobo sofá de cuero. Los taladros de una construcción aledaña eran insoportables y hacía frío pese al sol. Mis músculos estaban adoloridos y mis pies necesitaban talcos. Todos dormían profundos y las chaquetas cubrian lo poco que podían de nuestros cuerpos. Yo siempre me despertaba de primeras y tenía el privilegio de verlos como ángeles que habían cumplido una vez más con la labor.
Poco a poco todos se fueron despertando contrariados, pero sonrientes y la seriedad de algunos era producto del sueño que aun estaba latente. Los taladros no se detenían y las preguntas acerca de lo que venía eran pocas, pero las miradas y los movimientos corporales decían todo. Pensaba profundamente en mi madre y en la limpieza de su cama cuando despertaba, como si un bebé duermiera todas las noches en ella. Luego, apartando con facilidad esos pensamientos, me dirigí a buscar una cigarrería con uno de mis cómplices.
Entramos a un Carulla, a esos "express" donde ancianas, empleadas del servicio, empleados de oficina o amas de casa, compran pan francés recién sacado del horno, leche, huevos, yogures o o chocoramos. Nosotras nos dirigíamos mecanicamente a la sección de los estantes de botellas de muchos colores. Una caja de dieciocho cervezas para empezar.
Desde hace un año esas mañanas se repetían como si fueran jornadas laborales pero que ejercíamos por amor al arte. Gastabamos, pero no recibíamos ni el doble, ni lo invertido.
El dinero salía de la nada,de los bolsillos escondidos de las chaquetas, o para ser más honesta, de alguna tarjeta de crédito que por chance divino, estaba disponible para mi sucia existencia. Como toda profesión, hay días dificiles; teníams que diseñar estrategias para sacar adelante actividades de no más de 24 horas. Hacíamos cálculos minuciosos en esas secciones mirando con detenimiento precios. La duda habitual de serle fiel al aguardiente o a la cerveza. La resolución, también habitual, de llevar ambas cosas, haciendo precisiones con respecto a las horas de consumo y finalmente, luego de tres o cuatro horas, una última ida al supermercado que nunca, por extrañas razones está pronosticada desde el principio. Esa ida, siempre necesita un aumento de número de cuotas y necesita que el momento de pagar lo asuma el más valiente de nosotros y el más dispuesto a llevar este amor hasta las últimas consecuencias.
En dichas cajas de pago, nuestras miradas mutuas eran de miedo pero una vez con el recibo en la mano el miedo hacía cosquillas ricas, desafiando las noches de domingo y el silencio que emitían los que descanzaban para ir a producir dinero al otro día. Nos subíamos al carro y el acto de abrir las latas, el sonido, el sabor amargo en el paladar, y el inicio de una ordinaria canción era algo que nadie ni nada podía destruir en esos momentos, así nuestras maletas estuvieran en la puerta de nuestras casas.
Desde hace un año esas mañanas se repetían como si fueran jornadas laborales pero que ejercíamos por amor al arte. Gastabamos, pero no recibíamos ni el doble, ni lo invertido.
El dinero salía de la nada,de los bolsillos escondidos de las chaquetas, o para ser más honesta, de alguna tarjeta de crédito que por chance divino, estaba disponible para mi sucia existencia. Como toda profesión, hay días dificiles; teníams que diseñar estrategias para sacar adelante actividades de no más de 24 horas. Hacíamos cálculos minuciosos en esas secciones mirando con detenimiento precios. La duda habitual de serle fiel al aguardiente o a la cerveza. La resolución, también habitual, de llevar ambas cosas, haciendo precisiones con respecto a las horas de consumo y finalmente, luego de tres o cuatro horas, una última ida al supermercado que nunca, por extrañas razones está pronosticada desde el principio. Esa ida, siempre necesita un aumento de número de cuotas y necesita que el momento de pagar lo asuma el más valiente de nosotros y el más dispuesto a llevar este amor hasta las últimas consecuencias.
En dichas cajas de pago, nuestras miradas mutuas eran de miedo pero una vez con el recibo en la mano el miedo hacía cosquillas ricas, desafiando las noches de domingo y el silencio que emitían los que descanzaban para ir a producir dinero al otro día. Nos subíamos al carro y el acto de abrir las latas, el sonido, el sabor amargo en el paladar, y el inicio de una ordinaria canción era algo que nadie ni nada podía destruir en esos momentos, así nuestras maletas estuvieran en la puerta de nuestras casas.
Los instantes en los que orinaba en el pasto eran lo que son los confesionarios para los creyentes. Hay tanto silencio, tanta tranquilidad, tanta oscuridad, estando siempre la certeza de que alguien o algo está esperando a que le cuente lo que me averguenza de mis actos. Los instantes en el baño de mi casa, traian la misma oscuridad, pero la oscuridad de los bombillos apagados. A través de las rejillas de mi cuarto, la luz blanca del lunes martes, miércoles....no traía voces suprafísicas que me escucharan. La única era yo y lo único que yo tenía para mi, eran mis lágrimas (ya sea por la expulsión del licor, o por mi tristeza) y un Acetaminofén.
A su lado conocí los sonidos de su estómago, el color de su vómito, su sudor, sus límites, sus ojos que eran tan serios y tan sinceros, aunque yo esperara palabras para asegurarme de algo que ya estaba claro en el fondo de mi corazón. Cualquier instante entre la miseria etilica era suficiente, siempre y cuando encontrara en su risa la razón definitiva para desafiar a mi propio hogar.
En las horas de descanso, de 7am a 3 pm los días que no se trabajaban, había que luchar con el peso de nuestra profesión: dolor de cabeza, vértigo en algunos casos, depresión y sed excesiva. Aparte de los síntomas físicos y psicológicos, había que lidiar con las preocupaciones de las deudas. Es difícil porque lo que recaudabamos para nuestra felicidad había que cubrirlo, pues quedar en deuda con bancos a espaldas de la familia es para verdaderos acróbatas. En esas horas en el caso mio, recurro a mis libros y por supuesto, al sueño. También eran momentos para discutir sobre la tristeza que nos arrullaba como a bebés, o mejor aun sobre la felicidad que nos esperaba. "Esta vez toca diferido a cuatro cuotas" "voy a pagar incompleto. Igual, los intereses son pequeños". "Pedro me debe una plata, voy a cobrarsela"
Otra mañana, ebria, sin bañarme, fui a recorrer con otro colega un barrio popular al norte de Bogotá. El sol, y el cielo me recordaron a Moscú en las mañanas. Una videorockola con corrientazo estaba abierta. Con poco dinero pudimos beber cuatro cervezas cada uno. Unos obreros con su ropa untada de cemento y barro, que hablaban sobre las preocupaciones de su trabajo nos miraban con seriedad. Yo pedí un almuerzo.. La hija de la dueña del negocio echaba las porciones a los hicopores con esmero. Se habia acabado de bañar y su pelo estaba bien recogido y tenía una camiseta azul con un arcoiris. Su hermano me miraba con curiosidad y respeto y el padre de los niños los afanaba con cariño para recibirme el dinero. Cuando recibí las vueltas, todos en fila me observaban para saber si todo estaba en órden con el dinero.
Pasadas un par de horas empezé a llorar y a despreciar mi existencia. Pensé en la idea de huir de la casa, huir de todo y seguir ejerciendo mi profesión, pero lejos. Mi colega lloró conmigo, nunca supe si por sus problemas o por la angustia de verme llorar (muchos dirán que soy muy convencida para creer que alguien pueda llorar por verme llorar, pero esque el trago afina la intuición). En medio de nuestro llanto ruidoso y de nuestro aspecto poco respectable, los obreros seguían mirando con respeto y al márgen. No me hizo falta ponerme de pie y hablarles, para constatar que con solo el intercambio de miradas, se logró una interacción muy humana en ese pequeño y humilde espacio.
Luego, cansados, ebrios y satisfechos, dormimos largos minutos en el separador de la 154 con séptima. La brisa barría la agresividad del sol en mi cara. Cerraba los ojos confiada de mi entorno. Cuando los entreabria observaba el montallantas de en frente y los árboles del separador que se sacudían armoniosamente. Nos despertamos y seguimos caminando.
Luego, al lado de unas basuras al frente de un importante edificio de oficinas, volvimos a recostarnos. Me tapé la cara con el brazo que en contraste con el sol a una distancia de dos centímetros de mis ojos se veia tan brillante y amarillo que los bellos de mi brazo parecía una especie de bosque intergaláctico. Cerca de las 5:00 pm llegamos a la zona más exclusia de Bogotá sin desodorante,sin ropa limpia, pero con las mismas sonrisas que traíamos dos días antes...En un momento, mi colega me lanzó una mirada de cansancio, de derrota, pero yo con la mia le dije que había que seguir, para llegar lo más lejos posible. Ese día acabó al otro día a las 5 am...y ese día, el que empezó a las 5 am, terminó desangrado en mi corazón.
Un día de septiembre decidimos irnos de Bogotá, y de nuevo no hubo desodorante, agua, ni mucho menos jabón. Un fin de semana más con un sol perfecto. A los pozos azules nadie se puede meter, pero bastaba con sentarnos en una banquita de madera cercana a las aguas bebiendo Ballantines, cerveza, y contandonos episodios dolorosos de nuestro pasado. Las cervezas salían de la generosidad de sus manos. No tenía papel ni lápiz, pero quise intentar describir su cara, su pelo, su cansancio, su sonrisa..Así como pude hacerlo en ese gimnasio de aquel edificio, una de esas noches donde me demostró que efectivamente esa carretera de Estados Unidos era tan eterna entre su corazón y el mio tal como la describí una vez
Los malestares empezaron. No hay nada más doloroso que uno mismo sacando del bolsillo las facturas de las deudas que estorban en la billetera y en el bolsillo, y que duelen no en la cabeza sino en las tripas. Volvimos a Bogotá queriendo encontrar otras razones. Hubo un último fin de semana donde el sol se volvió a rendir ante nosotros hasta el domingo donde yo ya no podía abrir la boca para beber más. A las 6 am vi cansada, y con malestar la paradoja de las 6am y las 6 pm que dice que el cielo es idéntico. Tu me dijiste que nada tenía de sorprendente y nuevo dicha parádoja. Ahora recuerdo que entre más fueras tu, más adoraba tenerte a mi lado. Esa parádoja y el taxista que me amenazó por no haberle pagado la carrera completa esa mañana, cerraron el telón.
El resto de ocasiones se atribuyen a pequeños homenajes a lo que fue dicha fundación.
Adiós 2013....