El hotel Sochagota de Paipa fue quizá el sitio ideal para empezar a leer otro libro de uno de mis escritores favoritos. Hasta las lámparas tenues y ochenteras de mesa de noche encajaban con las hojas amarillas del viejo libro comprado en en una compra venta más pequeña que mi baño. Y así fue. Cerré el libro estando ya en Bogotá tras haber presenciado la ira final de ese hombre ciego con un revolver escondido en su bolsillo....Gracias al objeto de su desgracia, su vida desapareció. La falta de punteria y de vista hicieron que la desgracia en sí lo aliviara.
Creo que aparte de amar la prosa de Nabokov, amo las frases cortas, torpes y desordenadas que suelo pronunciar casi sin sonido al terminar de leer sus libros o simplemente sus párrafos...Si armara el rompecabezas de dichos suspiros por cada párrafo o libro se generaría una clave. Para ser más clara, le pondría más atención a esas frases torpes, que a las conclusiones pensadas y erúditas que se necesitan para apreciar un tema.
¿La diferencia? que una apreciación erúdita y juiciosa de un libro es un análisis objetivo y productivo para otros lectores, en cambio esos suspiros hablados y letrados tras haber leido esos párrafos son sensaciones primerizas y decisivas. Esas apreciaciones, se deben dejar intactas, ya que son como un impacto que se dejó tocar por la trama en cuanto la retina terminó de leer el párrafo..Son como la primera fase de un análisis, el enfrentamiento indefenso con el autor. Entonces, se me ocure que podría escribirlas en sucesión y extraer de esas palabras la llave maestra que me conduzca a mi experiencia emocional con el autor.
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