Entrar al templo de la soledad y salir de él picada...
Me enderezo torpemente en la cama motivada por los tres ruidos de la madrugada: zancudos, la vieja cucheta y los grillos negros. Enseguida pienso en la eficiencia de mis actos ante la vida. Cada segundo en el que mi mano no logra darle muerte a un zancudo es a la vez una sentencia de insomnio que se representará en una mañana débil, esforzada y una semana más que es el tercer llamado para sellar mis veinte.
Me enderezo torpemente en la cama motivada por los tres ruidos de la madrugada: zancudos, la vieja cucheta y los grillos negros. Enseguida pienso en la eficiencia de mis actos ante la vida. Cada segundo en el que mi mano no logra darle muerte a un zancudo es a la vez una sentencia de insomnio que se representará en una mañana débil, esforzada y una semana más que es el tercer llamado para sellar mis veinte.
Esta noche en el templo, no sólo los zancudos prosiguen con su vida dependiendo de mi cuerpo; los grillos y el aroma a humedad de 27 grados complementan la situación con una jugarreta en la que anhelar la calidez de los pueblos de tierra caliente de Cundinamarca o Tolima no basta para construir una nostalgia. Tal vez mi propósito no es la nostalgia sino perseguir el futuro al que no le he querido ver la cara porque me tatué la convicción de que más que futuro, es pensar en éste. La soledad ha sido llenarme de todo a lo que volvería y a lo que no estoy segura si existió, pudiendo ser esto algo que quiero que exista, futuro. Pienso con envidia que las tormentas, contrario a lo que he hecho creer, es a lo único que me podré aferrar en el ensueño sancionado por la historia del amor occidental.
Gabo contaba que en México se subió a un taxi que pensaba estaba ocupado. El taxista le dijo que siempre le sucedía; pasaba horas conduciendo sin que lo pararan porque todos veían al pasajero fantasma sentado a su lado. Quizá muchas personas ven fantasmas a mi lado y deciden no hacer parte de mi historia. Ven materia, ven diálogo, y muy probablemente no quieren interrumpirme. Los zancudos son los únicos capaces de interrumpir mis madrugadas porque rascarse es placer, ruptura.
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