lunes, 18 de enero de 2016

La mentira del fin





La televisión se escuchaba a través de Skype. Mi amiga no colgó. No fue a propósito; la venció el sueño por la resaca....
Me quedé una hora más acompañada de los comerciales colombianos y la barata película de viernes en la tarde. El fin en esa plataforma virtual habría sido el fin de nuestra conversación, pero tuvo ella que dormirse para yo descubrir que estaba de más el botón de 'colgar', nuestro encuentro virtual se empezaba a completar con ese contexto colombiano, estaba iniciando... Sus ronquidos, el televisor y esa luz de la ventana fueron la verdadera comunicación.

En el silencio sepulcral de ese día en mi habitación en Córdoba, me pregunté a dónde se habrían ido mis besos y mis buenos días cuando pretendía enviarlos lejos de Colombia... Depronto están como el alma de Laika, vagando en el espacio bajo falsas espectativas, o viven escondidos en mi almohada...Tomar café en las tardes es mal presagio porque las noches en Argentina, pese a que son más cortas, salvo en el invierno, no perdonan porque el extranjero se queda más tiempo explorando lo que hay después del fin.

Cuando niña me las ingeniaba para encontrar los dulces o el control del Family que nuestros padres escondían para que hiciera las tareas; la meta era el último nivel de Mario 3, pero la princesa quizá amaba a Koopa, y yo no lo sabía. No me preguntaba qué seguía después de que Mario lograba encontrarse con su princesa; ese después no existía, solo existía un fin. Cuando mi amiga se fundió en sueño quise continuar, como quise continuar también esa difusa historia de enamoramiento que llevaba aún en la espalda. Pero estamos muchos tan acostumbrados a esos finales de videojuegos y películas que cuándo comienza el verdadero principio, llega esa vaga idea del fin y nos hace odiar la idea de que podemos ser felices.

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