jueves, 19 de mayo de 2016

La estrella de David



La ráfaga de una turista sin mochila, sin abrigo... Fueron besos que no se han desdibujado con la rutina porque más que un recuerdo, son un refugio. Lloviznaba fuerte, y me incomodaba mi bolso. No tenía planeado fumar, porque no fumo. Me entregó una bolsa grande de tabaco junto con sus manos. Envolvió mi garganta, invadió mi cintura y yo respondía con mis dedos alborotando su pelo; torpes, amañados. Luego de resbalarse al piso por el agua de la lluvia, se puso de pie y asaltó mi pecho, pero lo agarró prestado. Yo lograba respirar porque se apiadaba de mi sonrisa. Ebria, y con una sonrisa desesperada me preguntó que cómo la había encontrado.  Le respondí que simplemente la seguí... El frío sobrepasaba a mis amigos. Me estorbaba mi chaqueta de plumas. Sus dientes, y sus manos frías como la muerte, me agarraron la vida. 

La deseaba tanto, que no me bastaba su presencia. Me deseaba tanto, que la vergüenza huyó asustada. Quise confrontarme en su infantilismo y por eso dejé que me mordiera la nariz, que me abordara con su conciencia desbaratada. Me hacia cosquillas. Me reí. Luego la abracé como si nos conociéramos de meses, de años. Su temperatura de anfibio.... Hacia frío de puta madre. Nada podía estar mejor. 

Comprendí que vivir no es de todos los días y que resucitar es el equivalente a la comida para perros callejeros, pero que lanzan desde arriba, desde el cosmos. Comprendí que debía desconfiar en la devolución de mi pecho, por eso también decidí asaltarla. Cada parte de su cuerpo la detallé con la paciencia que ella no tenía. Confronté su estado. Le ordené a sus besos esperarme. Se miró al espejo de mis pupilas. Se lamentó con un chillido de niña pequeña. Me besó porque no existía otra opción.

No se pueden seguir los pasos de los ciudadanos del mundo....¿Qué habría pasado si....?... Vuelvo a citar a Laika y los restos de su espíritu en el espacio....Los besos se van, el refugio queda intacto. Muchas veces sólo se que hay té o café en la cocina. Esa es mi única certeza.


martes, 10 de mayo de 2016

Compuertas del nobel colombiano


Uno de los cuentos que Gabo no logró construir fue el del hombre que se perdía en los sueños. En una de sus columnas de El Espectador, 'El mar de mis cuentos perdidos', hace un resumen de la fascinante historia que me hizo añorar que la hubiese logrado, y que si alguna vez se me da, me gustaría soñar con el cuento culminado, preferiblemente sin tener la suerte del personaje.

El hombre sueña que duerme en un cuarto igual a su cuarto de la realidad. En ese segundo sueño el hombre sueña que duerme en otro cuarto idéntico al de la realidad, es decir, un tercer sueño. El despertador suena en la realidad y empieza a despertar, pero para lograrlo del todo debía hacerlo del tercer sueño al segundo y así. Lo hizo tan cautelosamente que cuando despertó en la realidad, el despertador ya había dejado de sonar.

El hombre no se convenció de que aquella era la realidad porque su cuarto era una reproducción idéntica en todos. Atemorizado y dudoso se durmió para volver al segundo sueño y buscar rastros de realidad. Todavía sin convencerse se durmió en ese segundo sueño para buscar la realidad en el tercero, en el cuarto, en el quinto y así sucesivamente el hombre empieza a extraviarse. Con la angustia de querer despertar realmente, como una parálisis de sueño, pienso, probó el recorrido de adelante hacia atrás pasando sin percatarse por al lado de la realidad, durmiendo eternamente hasta finalmente despedirse de ella.

¿En algún punto el hombre habrá recordado cuál era la realidad y quiso regresar sin éxito? ¿esa posible realidad habría sido alguna en la que reinó el ruido del despertador o por el contrario, el silencio? ¿Cómo pretendía buscar la realidad en el lugar de los sueños? Puede que su búsqueda angustiosa jamás haya encontrado certezas. En ese punto el encuentro con la muerte es problemático y engañoso.

La realidad es transparentosa. A veces ni una persona obsesionada por no abandonar su cronograma y funcionalidad la puede ver,  o posiblemente  el escritor ubicó la realidad tan visiblemente que era imposible que el personaje fuera consciente de ella.  Un juego de perspectivas. Círculos en los sembrados. 





Sentarse a descansar


Había recogido del Centro de Estudios Avanzados mi carta de alumna regular…Quise haberla enviado a Bogotá ese día pero me dio pereza. Pasamos por una panadería Del Pilar e hicimos unas fotos correspondientes a un post del blog de mi amigo.

Quisimos pasar por El Manolo, un bar en Güemes, generoso con los precios y en el que meses atrás había alegado algo alicorada que pusieran a Shakira. Por fortuna cambian de meseros rápido y los dueños no tienen mucha retentiva con los clientes que no van tan seguido.  Pusieron a Amy Winehouse. Las descargas de mp3 de esas canciones sonaban con más volumen que las de los demás artistas. Hicimos algunas preguntas retóricas sobre por qué hay mujeres que no les gustan los hombres. Respondí inspirada en una columnista de Soho “porque no son mujeres”. Entre risas y obviedades, masticábamos el maní. Evito el maní con la cerveza porque hace que la cerveza sepa feo, pero son ansiedades y actos mecánicos.  En el baño de El manolo siempre le pongo atención a los mensajes de amor y de amistad escritos en la puerta. Me volví a subir, a trepar en esas sillas altas, incómodas, esas que tanto nos encabronan a las chicas petisas como yo.

La noche llegó con ella. Se sentó tranquila y sonriente. Pidió una Budweiser. “Por qué a las mujeres no les gustan los hombres? Porque no son mujeres”, me puse de pie y me dirigí hacia ella. Fue la simpleza de admirar, de apreciar y quizá valiente al desafiar posibles fantasmas. Pensé que era del otro lado del océano, pero era de esta ciudad. Empecé hablándole de la cumbia que sonaba, tan distinta a la de mi país. Le hablé de la gaita, del tambor ‘llamador’ y que yo trataba que mis amigos entendieran lo que siento al escuchar la de mi país, la original. Me dijo, como si me fuera a dar una sorpresa, que había estado en Colombia y que por supuesto “mi” cumbia es hermosa. Más allá de hablar, nos regalábamos miradas que infortunadamente acortaban el tiempo; ya saben, ese efecto de la felicidad, que cuanto más se es feliz más se desmorona el tiempo, como si la envidia fuera también una características del cosmos, y de las cosas…

-Tus ojos son lindos
-já….No se por qué dices que mis ojos son lindos, los tuyos son hermosos


Como una pistolera apunté siempre a sus pupilas, atenta, prevenida, encantada. No recuerdo en qué momento apareció otro vaso para mi. Había tanta gente y tan invisible. Con suerte brillaba ese color café mezclado con rojo de la Bud.  Hablamos de avistamientos ovnis y las pausas eran para que las palabras descansaran en nuestras miradas. Como nada es casi perfecto, el telón se empezó a cerrar despacio. Con su número en mi celular me despedí. Sus mejillas eran suaves. A medida que me alejaba, sin voltear a verla ni ella a mí, sabía que ella sonreía para mi. En menos de veinte minutos llegaría su novio, aquel chico de quien estaba enamorada.