viernes, 4 de mayo de 2018

Mapas 2015







Escoger Los ojos de la imaginación:  https://marcelaortizproject85.bandcamp.com

Nunca vi el rio. Lo busqué pero encontré una especie de montaña plana de piedras con árboles que rodeaban un rio ancho, pando y casi seco. Pero no se parecía al rio que ella miraba mientras tocaba la guitarra bajo el sol de Córdoba que hacia caer chispitas de luz...Observé esa tarde de 2015 una montaña, un baño abandonado, un caballo marrón comiendo pasto, la gente guardada en sus casas y el estómago rugiéndome porque no había un restaurante abierto para comer. Encontré a una europeizada Córdoba en hora de siesta...Entonces sentí pena por mi, porque en realidad no estaba buscando el rio, sino a ella, tal cual como se veía en la foto tomada con su celular medio dañado que hacía ver como si cayeran chispitas de luz por el sol... Fue ahí cuando empecé a coleccionar postales de lo que no estaba buscando, de la vida que decidí vivir y que me enseñó a amar con enfermedad por sobre todas las cosas...


martes, 6 de marzo de 2018

martes, 3 de octubre de 2017

Fotocopiadora



"....para que haya ausencia para la psiquis, es forzoso que sea la psiquis la que da existencia a algo -la representación- y que la psiquis pueda dar existencia a algo en calidad de "ausente", lo cual implica a la vez que la psiquis sea capaz de postular como existente lo que no es...." (Castoriadis, 1993, 2:205)

viernes, 11 de noviembre de 2016

Todo lo que no se puede ver



Entrar al templo de la soledad y salir de él picada...

Me enderezo torpemente en la cama motivada por los tres ruidos de la madrugada: zancudos, la vieja cucheta y los grillos negros. Enseguida pienso en la eficiencia de mis actos ante la vida.  Cada segundo en el que mi mano no logra darle muerte a un zancudo es a la vez una sentencia de insomnio que se representará en una mañana débil, esforzada y una semana más que es el tercer llamado para sellar mis veinte.

Esta noche en el templo, no sólo los zancudos prosiguen con su vida dependiendo de mi cuerpo; los grillos y el aroma a humedad de 27 grados complementan la situación con una jugarreta en la que anhelar la calidez de los pueblos de tierra caliente de Cundinamarca o Tolima no basta para construir una nostalgia. Tal vez  mi propósito no es la nostalgia sino perseguir el futuro al que no le he querido ver la cara porque me tatué la convicción de que más que futuro, es pensar en éste.  La soledad ha sido llenarme de todo a lo que volvería y a lo que no estoy segura si existió, pudiendo ser esto algo que quiero que exista, futuro. Pienso con envidia que las tormentas, contrario a lo que he hecho creer, es a lo único que me podré aferrar en el ensueño sancionado por la historia del amor occidental.

Gabo contaba que en México se subió a un taxi que pensaba estaba ocupado. El taxista le dijo que siempre le sucedía; pasaba horas conduciendo sin que lo pararan porque todos veían al pasajero fantasma sentado a su lado. Quizá muchas personas ven fantasmas a mi lado y deciden no hacer parte de mi historia. Ven materia, ven diálogo, y muy probablemente no quieren interrumpirme. Los zancudos son los únicos capaces de interrumpir mis madrugadas porque rascarse es placer, ruptura.

jueves, 21 de julio de 2016

El es una hormiga




Hoy mientras tomaba el sol en un andén leyendo un reportaje de Gay Talese sobre Joe Louis, le regalé chocolate blanco a unas hormigas. Desde que soy chiquita me encanta observar cómo agarran objetos para llevárselos. Las que más me gustaba mirar eran las rojas pequeñitas en hotel Almirante en Cafam Melgar. Salía de la piscina y me iba a los árboles de mangos para observar las travesías de hileras rojizas poniéndoles obstáculos solo para ver cómo se desviaban y volvían a retomar su camino trazado. Y luego vinieron los recuerdos de las hormigas rojas con negro, las que solía ver en la finca, esas que picaban duro, y mi papá diciéndome que si no las pisaba ellas me agradecerían llevándome a su reino.

En esos climas templados como los de San Francisco, Cundinamarca, habitaban unas hormigas grandes, rojas y de culo negro que viven muy escondidas en cajas. En esa cucheta que mi papá construyó, más alta de lo normal para que la puerta se pudiera cerrar, ellas aparecían en medio de la madrugada con pasos lentos pero imponentes. Yo prendía el bombillo que estaba justo al lado de la almohada y con horror veía su color rojo fuego que brillaba al calor de la luz.

Luego de aplastar algunas, con temor y fobia, y no temiendo tanto por no ir a su reino, me bajaba de la cucheta para ir a la sala, y en medio de esa oscuridad de grillos y de silencio obligado, ojeaba por milésima vez las revistas Semana, en especial la del paso a paso del operativo de la muerte de Escobar: “Cayó el capo”. La revista era un acordeón debido al manoseo y humedad, y un par de insectos pegados en sus hojas eran ya la decoración del relato de la persecución. La foto que más me quedaba mirando del operativo de El bloque era una en que levantaban una compuerta de un pasadizo secreto de una tienda de juguetes en Medellín.

Mi papá ya me había dicho muchas veces que si mataba a una de esas hormigas sus compañeras se agruparían y me perseguirían tristes, reclamándome mi acción. Pero en mi mente, solo podía padecer el silencio de las hormigas como una amenaza. Padecer no poderlas escuchar cuando se acercan, y sentir que las madrugadas en la finca eran solo un mundo tirado en un andén donde me observaban las hormigas y otros espantos, y yo algo asi como que una niña sin cuerdas vocales y sin tener a donde ir.

Siempre, luego de hablar con mi padre de insectos o de la edad de las piedras de la finca, le volvía a preguntar su edad sabiendo que me respondería lo mismo de siempre: "100 años", y me quedaba pensando en que quizá los padres de mis compañeras del colegio habrían de tener 80 años o 70. Cuando se iba la luz en la noche, a la luz de las velas,  me contaba que los sonidos leves que uno escucha cuando hay mucho silencio son voces humanas que se quedan atrapadas en el tiempo. Otra vez me aseguró que de pequeño vio al diablo en su casa en Pacho, Cundinamarca, enroscando su cola en el árbol de la mitad del patio. O cuando me juró haber estado atrapado en una tumba unas horas y que el trabajador del cementerio oyó sus gritos al cabo de horas.

Hoy miro a esas hormigas cargar el chocolate blanco y pienso en él y en ese mundo de imaginación que me regaló y en los libros que me dejó de la editorial Plaza y Janés en esa biblioteca que construyó y que a ninguno de nosotros nos gustó porque las repisas eran feas.  No lo extraño porque lo veo en las hormigas y en otras tantas cosas  que apenas se pueden ver.

jueves, 19 de mayo de 2016

La estrella de David



La ráfaga de una turista sin mochila, sin abrigo... Fueron besos que no se han desdibujado con la rutina porque más que un recuerdo, son un refugio. Lloviznaba fuerte, y me incomodaba mi bolso. No tenía planeado fumar, porque no fumo. Me entregó una bolsa grande de tabaco junto con sus manos. Envolvió mi garganta, invadió mi cintura y yo respondía con mis dedos alborotando su pelo; torpes, amañados. Luego de resbalarse al piso por el agua de la lluvia, se puso de pie y asaltó mi pecho, pero lo agarró prestado. Yo lograba respirar porque se apiadaba de mi sonrisa. Ebria, y con una sonrisa desesperada me preguntó que cómo la había encontrado.  Le respondí que simplemente la seguí... El frío sobrepasaba a mis amigos. Me estorbaba mi chaqueta de plumas. Sus dientes, y sus manos frías como la muerte, me agarraron la vida. 

La deseaba tanto, que no me bastaba su presencia. Me deseaba tanto, que la vergüenza huyó asustada. Quise confrontarme en su infantilismo y por eso dejé que me mordiera la nariz, que me abordara con su conciencia desbaratada. Me hacia cosquillas. Me reí. Luego la abracé como si nos conociéramos de meses, de años. Su temperatura de anfibio.... Hacia frío de puta madre. Nada podía estar mejor. 

Comprendí que vivir no es de todos los días y que resucitar es el equivalente a la comida para perros callejeros, pero que lanzan desde arriba, desde el cosmos. Comprendí que debía desconfiar en la devolución de mi pecho, por eso también decidí asaltarla. Cada parte de su cuerpo la detallé con la paciencia que ella no tenía. Confronté su estado. Le ordené a sus besos esperarme. Se miró al espejo de mis pupilas. Se lamentó con un chillido de niña pequeña. Me besó porque no existía otra opción.

No se pueden seguir los pasos de los ciudadanos del mundo....¿Qué habría pasado si....?... Vuelvo a citar a Laika y los restos de su espíritu en el espacio....Los besos se van, el refugio queda intacto. Muchas veces sólo se que hay té o café en la cocina. Esa es mi única certeza.


martes, 10 de mayo de 2016

Compuertas del nobel colombiano


Uno de los cuentos que Gabo no logró construir fue el del hombre que se perdía en los sueños. En una de sus columnas de El Espectador, 'El mar de mis cuentos perdidos', hace un resumen de la fascinante historia que me hizo añorar que la hubiese logrado, y que si alguna vez se me da, me gustaría soñar con el cuento culminado, preferiblemente sin tener la suerte del personaje.

El hombre sueña que duerme en un cuarto igual a su cuarto de la realidad. En ese segundo sueño el hombre sueña que duerme en otro cuarto idéntico al de la realidad, es decir, un tercer sueño. El despertador suena en la realidad y empieza a despertar, pero para lograrlo del todo debía hacerlo del tercer sueño al segundo y así. Lo hizo tan cautelosamente que cuando despertó en la realidad, el despertador ya había dejado de sonar.

El hombre no se convenció de que aquella era la realidad porque su cuarto era una reproducción idéntica en todos. Atemorizado y dudoso se durmió para volver al segundo sueño y buscar rastros de realidad. Todavía sin convencerse se durmió en ese segundo sueño para buscar la realidad en el tercero, en el cuarto, en el quinto y así sucesivamente el hombre empieza a extraviarse. Con la angustia de querer despertar realmente, como una parálisis de sueño, pienso, probó el recorrido de adelante hacia atrás pasando sin percatarse por al lado de la realidad, durmiendo eternamente hasta finalmente despedirse de ella.

¿En algún punto el hombre habrá recordado cuál era la realidad y quiso regresar sin éxito? ¿esa posible realidad habría sido alguna en la que reinó el ruido del despertador o por el contrario, el silencio? ¿Cómo pretendía buscar la realidad en el lugar de los sueños? Puede que su búsqueda angustiosa jamás haya encontrado certezas. En ese punto el encuentro con la muerte es problemático y engañoso.

La realidad es transparentosa. A veces ni una persona obsesionada por no abandonar su cronograma y funcionalidad la puede ver,  o posiblemente  el escritor ubicó la realidad tan visiblemente que era imposible que el personaje fuera consciente de ella.  Un juego de perspectivas. Círculos en los sembrados.