viernes, 11 de noviembre de 2016

Todo lo que no se puede ver



Entrar al templo de la soledad y salir de él picada...

Me enderezo torpemente en la cama motivada por los tres ruidos de la madrugada: zancudos, la vieja cucheta y los grillos negros. Enseguida pienso en la eficiencia de mis actos ante la vida.  Cada segundo en el que mi mano no logra darle muerte a un zancudo es a la vez una sentencia de insomnio que se representará en una mañana débil, esforzada y una semana más que es el tercer llamado para sellar mis veinte.

Esta noche en el templo, no sólo los zancudos prosiguen con su vida dependiendo de mi cuerpo; los grillos y el aroma a humedad de 27 grados complementan la situación con una jugarreta en la que anhelar la calidez de los pueblos de tierra caliente de Cundinamarca o Tolima no basta para construir una nostalgia. Tal vez  mi propósito no es la nostalgia sino perseguir el futuro al que no le he querido ver la cara porque me tatué la convicción de que más que futuro, es pensar en éste.  La soledad ha sido llenarme de todo a lo que volvería y a lo que no estoy segura si existió, pudiendo ser esto algo que quiero que exista, futuro. Pienso con envidia que las tormentas, contrario a lo que he hecho creer, es a lo único que me podré aferrar en el ensueño sancionado por la historia del amor occidental.

Gabo contaba que en México se subió a un taxi que pensaba estaba ocupado. El taxista le dijo que siempre le sucedía; pasaba horas conduciendo sin que lo pararan porque todos veían al pasajero fantasma sentado a su lado. Quizá muchas personas ven fantasmas a mi lado y deciden no hacer parte de mi historia. Ven materia, ven diálogo, y muy probablemente no quieren interrumpirme. Los zancudos son los únicos capaces de interrumpir mis madrugadas porque rascarse es placer, ruptura.

jueves, 21 de julio de 2016

El es una hormiga




Hoy mientras tomaba el sol en un andén leyendo un reportaje de Gay Talese sobre Joe Louis, le regalé chocolate blanco a unas hormigas. Desde que soy chiquita me encanta observar cómo agarran objetos para llevárselos. Las que más me gustaba mirar eran las rojas pequeñitas en hotel Almirante en Cafam Melgar. Salía de la piscina y me iba a los árboles de mangos para observar las travesías de hileras rojizas poniéndoles obstáculos solo para ver cómo se desviaban y volvían a retomar su camino trazado. Y luego vinieron los recuerdos de las hormigas rojas con negro, las que solía ver en la finca, esas que picaban duro, y mi papá diciéndome que si no las pisaba ellas me agradecerían llevándome a su reino.

En esos climas templados como los de San Francisco, Cundinamarca, habitaban unas hormigas grandes, rojas y de culo negro que viven muy escondidas en cajas. En esa cucheta que mi papá construyó, más alta de lo normal para que la puerta se pudiera cerrar, ellas aparecían en medio de la madrugada con pasos lentos pero imponentes. Yo prendía el bombillo que estaba justo al lado de la almohada y con horror veía su color rojo fuego que brillaba al calor de la luz.

Luego de aplastar algunas, con temor y fobia, y no temiendo tanto por no ir a su reino, me bajaba de la cucheta para ir a la sala, y en medio de esa oscuridad de grillos y de silencio obligado, ojeaba por milésima vez las revistas Semana, en especial la del paso a paso del operativo de la muerte de Escobar: “Cayó el capo”. La revista era un acordeón debido al manoseo y humedad, y un par de insectos pegados en sus hojas eran ya la decoración del relato de la persecución. La foto que más me quedaba mirando del operativo de El bloque era una en que levantaban una compuerta de un pasadizo secreto de una tienda de juguetes en Medellín.

Mi papá ya me había dicho muchas veces que si mataba a una de esas hormigas sus compañeras se agruparían y me perseguirían tristes, reclamándome mi acción. Pero en mi mente, solo podía padecer el silencio de las hormigas como una amenaza. Padecer no poderlas escuchar cuando se acercan, y sentir que las madrugadas en la finca eran solo un mundo tirado en un andén donde me observaban las hormigas y otros espantos, y yo algo asi como que una niña sin cuerdas vocales y sin tener a donde ir.

Siempre, luego de hablar con mi padre de insectos o de la edad de las piedras de la finca, le volvía a preguntar su edad sabiendo que me respondería lo mismo de siempre: "100 años", y me quedaba pensando en que quizá los padres de mis compañeras del colegio habrían de tener 80 años o 70. Cuando se iba la luz en la noche, a la luz de las velas,  me contaba que los sonidos leves que uno escucha cuando hay mucho silencio son voces humanas que se quedan atrapadas en el tiempo. Otra vez me aseguró que de pequeño vio al diablo en su casa en Pacho, Cundinamarca, enroscando su cola en el árbol de la mitad del patio. O cuando me juró haber estado atrapado en una tumba unas horas y que el trabajador del cementerio oyó sus gritos al cabo de horas.

Hoy miro a esas hormigas cargar el chocolate blanco y pienso en él y en ese mundo de imaginación que me regaló y en los libros que me dejó de la editorial Plaza y Janés en esa biblioteca que construyó y que a ninguno de nosotros nos gustó porque las repisas eran feas.  No lo extraño porque lo veo en las hormigas y en otras tantas cosas  que apenas se pueden ver.

jueves, 19 de mayo de 2016

La estrella de David



La ráfaga de una turista sin mochila, sin abrigo... Fueron besos que no se han desdibujado con la rutina porque más que un recuerdo, son un refugio. Lloviznaba fuerte, y me incomodaba mi bolso. No tenía planeado fumar, porque no fumo. Me entregó una bolsa grande de tabaco junto con sus manos. Envolvió mi garganta, invadió mi cintura y yo respondía con mis dedos alborotando su pelo; torpes, amañados. Luego de resbalarse al piso por el agua de la lluvia, se puso de pie y asaltó mi pecho, pero lo agarró prestado. Yo lograba respirar porque se apiadaba de mi sonrisa. Ebria, y con una sonrisa desesperada me preguntó que cómo la había encontrado.  Le respondí que simplemente la seguí... El frío sobrepasaba a mis amigos. Me estorbaba mi chaqueta de plumas. Sus dientes, y sus manos frías como la muerte, me agarraron la vida. 

La deseaba tanto, que no me bastaba su presencia. Me deseaba tanto, que la vergüenza huyó asustada. Quise confrontarme en su infantilismo y por eso dejé que me mordiera la nariz, que me abordara con su conciencia desbaratada. Me hacia cosquillas. Me reí. Luego la abracé como si nos conociéramos de meses, de años. Su temperatura de anfibio.... Hacia frío de puta madre. Nada podía estar mejor. 

Comprendí que vivir no es de todos los días y que resucitar es el equivalente a la comida para perros callejeros, pero que lanzan desde arriba, desde el cosmos. Comprendí que debía desconfiar en la devolución de mi pecho, por eso también decidí asaltarla. Cada parte de su cuerpo la detallé con la paciencia que ella no tenía. Confronté su estado. Le ordené a sus besos esperarme. Se miró al espejo de mis pupilas. Se lamentó con un chillido de niña pequeña. Me besó porque no existía otra opción.

No se pueden seguir los pasos de los ciudadanos del mundo....¿Qué habría pasado si....?... Vuelvo a citar a Laika y los restos de su espíritu en el espacio....Los besos se van, el refugio queda intacto. Muchas veces sólo se que hay té o café en la cocina. Esa es mi única certeza.


martes, 10 de mayo de 2016

Compuertas del nobel colombiano


Uno de los cuentos que Gabo no logró construir fue el del hombre que se perdía en los sueños. En una de sus columnas de El Espectador, 'El mar de mis cuentos perdidos', hace un resumen de la fascinante historia que me hizo añorar que la hubiese logrado, y que si alguna vez se me da, me gustaría soñar con el cuento culminado, preferiblemente sin tener la suerte del personaje.

El hombre sueña que duerme en un cuarto igual a su cuarto de la realidad. En ese segundo sueño el hombre sueña que duerme en otro cuarto idéntico al de la realidad, es decir, un tercer sueño. El despertador suena en la realidad y empieza a despertar, pero para lograrlo del todo debía hacerlo del tercer sueño al segundo y así. Lo hizo tan cautelosamente que cuando despertó en la realidad, el despertador ya había dejado de sonar.

El hombre no se convenció de que aquella era la realidad porque su cuarto era una reproducción idéntica en todos. Atemorizado y dudoso se durmió para volver al segundo sueño y buscar rastros de realidad. Todavía sin convencerse se durmió en ese segundo sueño para buscar la realidad en el tercero, en el cuarto, en el quinto y así sucesivamente el hombre empieza a extraviarse. Con la angustia de querer despertar realmente, como una parálisis de sueño, pienso, probó el recorrido de adelante hacia atrás pasando sin percatarse por al lado de la realidad, durmiendo eternamente hasta finalmente despedirse de ella.

¿En algún punto el hombre habrá recordado cuál era la realidad y quiso regresar sin éxito? ¿esa posible realidad habría sido alguna en la que reinó el ruido del despertador o por el contrario, el silencio? ¿Cómo pretendía buscar la realidad en el lugar de los sueños? Puede que su búsqueda angustiosa jamás haya encontrado certezas. En ese punto el encuentro con la muerte es problemático y engañoso.

La realidad es transparentosa. A veces ni una persona obsesionada por no abandonar su cronograma y funcionalidad la puede ver,  o posiblemente  el escritor ubicó la realidad tan visiblemente que era imposible que el personaje fuera consciente de ella.  Un juego de perspectivas. Círculos en los sembrados. 





Sentarse a descansar


Había recogido del Centro de Estudios Avanzados mi carta de alumna regular…Quise haberla enviado a Bogotá ese día pero me dio pereza. Pasamos por una panadería Del Pilar e hicimos unas fotos correspondientes a un post del blog de mi amigo.

Quisimos pasar por El Manolo, un bar en Güemes, generoso con los precios y en el que meses atrás había alegado algo alicorada que pusieran a Shakira. Por fortuna cambian de meseros rápido y los dueños no tienen mucha retentiva con los clientes que no van tan seguido.  Pusieron a Amy Winehouse. Las descargas de mp3 de esas canciones sonaban con más volumen que las de los demás artistas. Hicimos algunas preguntas retóricas sobre por qué hay mujeres que no les gustan los hombres. Respondí inspirada en una columnista de Soho “porque no son mujeres”. Entre risas y obviedades, masticábamos el maní. Evito el maní con la cerveza porque hace que la cerveza sepa feo, pero son ansiedades y actos mecánicos.  En el baño de El manolo siempre le pongo atención a los mensajes de amor y de amistad escritos en la puerta. Me volví a subir, a trepar en esas sillas altas, incómodas, esas que tanto nos encabronan a las chicas petisas como yo.

La noche llegó con ella. Se sentó tranquila y sonriente. Pidió una Budweiser. “Por qué a las mujeres no les gustan los hombres? Porque no son mujeres”, me puse de pie y me dirigí hacia ella. Fue la simpleza de admirar, de apreciar y quizá valiente al desafiar posibles fantasmas. Pensé que era del otro lado del océano, pero era de esta ciudad. Empecé hablándole de la cumbia que sonaba, tan distinta a la de mi país. Le hablé de la gaita, del tambor ‘llamador’ y que yo trataba que mis amigos entendieran lo que siento al escuchar la de mi país, la original. Me dijo, como si me fuera a dar una sorpresa, que había estado en Colombia y que por supuesto “mi” cumbia es hermosa. Más allá de hablar, nos regalábamos miradas que infortunadamente acortaban el tiempo; ya saben, ese efecto de la felicidad, que cuanto más se es feliz más se desmorona el tiempo, como si la envidia fuera también una características del cosmos, y de las cosas…

-Tus ojos son lindos
-já….No se por qué dices que mis ojos son lindos, los tuyos son hermosos


Como una pistolera apunté siempre a sus pupilas, atenta, prevenida, encantada. No recuerdo en qué momento apareció otro vaso para mi. Había tanta gente y tan invisible. Con suerte brillaba ese color café mezclado con rojo de la Bud.  Hablamos de avistamientos ovnis y las pausas eran para que las palabras descansaran en nuestras miradas. Como nada es casi perfecto, el telón se empezó a cerrar despacio. Con su número en mi celular me despedí. Sus mejillas eran suaves. A medida que me alejaba, sin voltear a verla ni ella a mí, sabía que ella sonreía para mi. En menos de veinte minutos llegaría su novio, aquel chico de quien estaba enamorada.

domingo, 14 de febrero de 2016

Firma de asistencia al 14 de febrero



Recordé Madame Bovary y las carcajadas estruendosas que me generó Rodolphe. Era un mago de la prosa...Me imaginaba el terrible desgaste mental y físico del hombre por no hacer sentir mal a Emma. Pero, hay algo peor que eso? sí, el silencio.

No soporto los silencios. Podría decirse que me encanta jugar tenis en cuestiones amorosas; si me lanzo en intentos, la pelota indiscutiblemente tiene que volver a mi ya sea nueva o rota. La pelota jamás regresará si no se lanza..Si me la quedo en mi mano sería un silencio y un silencio no es una respuesta. Por mi, la frase "el silencio otorga" no solo es vaga sino algo peor: es famosa y aplicada. 

El silencio puede otorgar muchas cosas, por lo tanto el silencio no me responde algo concreto. El silencio es el paraguas del miedo, de la cobardía. Las redes sociales torturan más aun con eso: el "visto". Sin embargo hay personas que se compadecen a medias (un paraguas maltrecho) haciendo algo que no deben hacer, en eso sí defiendo al silencio: "luego te respondo" y efectivamente cumplen su promesa: nunca responden.

Lo anterior solo trata de explicar algo que me parece sencillo: en el amor no existen las obviedades. Cada 'no' debe expresarse..Decirle 'no' a alguien que no me interesa, no solo debe expresarse sino hacer que ese 'no' se digiera. 

Creo que vivimos en un mundo donde nadie se hace cargo del amor, donde nadie se hace cargo del otro. Con 'hacerse cargo' no me refiero a soportar a quien no quiero, la locura irremediable del otro ya no es mi problema, simplemente es comunicar, dejar en la bitácora la constancia de que fui honesta... Huir, incluso habla mal de nosotros, no es una carta de presentación favorable. Huir es irrespetar el tiempo del otro, el calendario de otro. Todos tenemos imaginación, dudas. Todos miramos al techo en las noches. Huir fomenta esa incertidumbre en el otro. Huir hace que el otro invente. 

En este aspecto hay otra tontería que no se ha superado; seguimos creyendo que en el amor no debe haber sufrimiento. Cuándo se ha visto que un rechazo produzca felicidad? Si lo sabemos, por qué tememos a 'hacer sentir mal?' Es algo químico, del cerebro, y esas cosas biológicas no se pueden modificar. Disimular, tal vez, pero modificar no.

Digamos 'no' si así lo sentimos. Decir 'no' no solo evitaría un desgaste que solo alimentaría el dolor y la confusión en el otro, sino que nos ayudaría a aprender a vivir con la tristeza del otro, porque así es la naturaleza. No le tengamos miedo al 'no'. No le tengamos miedo a la realidad.





martes, 19 de enero de 2016

Don Quijote de la Mancha

"...y como a nuestro aventurero, todo cuanto pensaba, veía o imaginaba le parecía ser hecho y pasar al modo de lo que había leído, luego que vió la venta se le representó que era un castillo con sus cuatro torres y chapiteles de luciente plata..." 

La educación sentimental de Gustave Flaubert




"....y hasta el deseo de la posesión física desaparecía en un anhelo más profundo, en una curiosidad dolorosa que no tenía límites" La educación sentimental, Gustave Flaubert.

Recuerdo lo que analiza Bourdieu sobre Frederic, personaje de La educación sentimental. Parafraseando al sociólogo francés, Fredric es un muchacho que gracias a una herencia, como "ser indeterminado"  puede percibir  o "darle una mirada"  a los diferentes campos de poder (el campo de la política y los negocios, y el campo del arte y la política). 

Pero como se ve en la novela, no sólo podía percibirlos sino encontraba los medios para encajar. Frederic atravesó muros tangibles e intangibles y apreció los tangibles como espiritualidades divinas… ¿Cómo sería el Fredric actual?. Los campos de poder son difusos porque la globalización entendíó que la clave es acoger, reunir, integrar, como una matriosca. Los nichos de mercado encontraron en todos las costumbres, culturas e ideologías, envases, empaques. Un Fredric actual no divisaría con claridad ningún campo...


Azriel Bibliowics


"No es una historia fácil de entender. Además ese Dios practicaba el curioso ritual en el que su cuerpo se vuelve pan, su sangre vino, para ser tomado y comido durante una ceremonia llamada Liturgia.

Auster..

A proposito de La habitación cerrada de Paul Auster,

lunes, 18 de enero de 2016

La mentira del fin





La televisión se escuchaba a través de Skype. Mi amiga no colgó. No fue a propósito; la venció el sueño por la resaca....